El «Ay, bendito» puertorriqueño

Si hay alguna frase que deberíamos eliminar del vocabulario puertorriqueño es el maldito «Ay, bendito». Es una pena simulada que expresamos y a la cual jamás tomamos acción para remediar. Es el equivalente de «¿Cómo estás?», cuando la realidad es que no nos interesa saber cómo está la persona. Es algo que se dice, pero no se siente.

En el caso del «Ay, bendito», los ejemplos sobran:

«Ay, bendito. Pobres drogadictos», pero preferimos criminalizar la adicción.

«Ay, bendito. Tanta corrupción en el Gobierno», pero ante un atropello a la democracia en Guaynabo no alzamos la voz en protesta.

«Ay, bendito. Los niños no tienen computadoras», pero los empleados del Departamento de la Familia se las roban el Día de Reyes.

«Ay, bendito. Cerró el negocio del vecino», pero aplaudimos que abra un Walmart que trata a sus empleados como esclavos… y no cuento los de China.

Cada día nos convertimos en cómplices de las ilegalidades del Gobierno y lo único que decimos al respecto es «Ay, bendito».

Mientras tanto, el país se cae a nuestro alrededor. Cedemos nuestros derechos por miedo, votamos por los mismos charlatanes cada cuatro años, nos involucramos menos con la comunidad y tenemos la temeridad de quejarnos después.

Al carajo con el «Ay, bendito». No merecemos la pena.

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