Hace unos años, participé en una charla junto a Benjamín Torres Gotay, Awilda Cáez y otros autores. Cada cuál habló de su más reciente publicación. Yo hablé de Fortaleza. Siempre tuve la intención de subirla a esta página, pero se me olvidó por alguna razón. Hace poco, mi esposa me recordó este escrito y que debía publicarlo. Tomó un poco de búsqueda en la computadora, pero aquí está.
Mi inspiración para escribir Fortaleza proviene de mi insatisfacción con los resultados de las elecciones de 2008. El resto de ese cuatrienio alimentó algunas partes de la trama, pero desde el principio sabía que no quería escribir una novela para criticar la administración de turno. En cierta manera, Luis López Nieves carga un poco de la culpa de esta novela (y aclaro que él no la vio ni supo nada de ella hasta que terminé el primer borrador). Digo esto porque, en una de sus muchas entrevistas sobre su cuento «Seva», Luis mencionó que quería romper con la visión de que el puertorriqueño se arrodilló ante la invasión estadounidense en 1898 y quiso crear su propia mitología de ese evento. Luis ha estudiado mucha historia y su manera de darles un giro a hechos reales la domina a plenitud. A mí también me atrae lo de crear mitos y jugar con ellos, pero, en vez de optar por el pasado, quise mirar hacia el futuro. Decidí crear el mito más imposible del mundo: el del político honesto.
Me tardé cinco minutos en darme cuenta de que un político honesto no resultaría electo en nuestra realidad contemporánea. Yo quería que mi historia fuera verosímil; no que fuera una saga de fantasía. Así que, luego de pensarlo mucho, mi reto fue cómo podría justificar crear un personaje más fantástico que un superhéroe, un Santa Claus o un personaje bíblico, pero que viviera en nuestros tiempos. ¿Cómo llega una persona íntegra y honesta a ser un gobernante de un país? La respuesta tardó en llegar: debe ser por casualidad. Luego de un poco de investigación, maté al gobernador. El de mi novela, por supuesto: nuestros últimos gobernantes no merecen la pena capital… bastaría con cadena perpetua.
Me encantaría decirles que una vez resuelto este escollo, me puse a escribir de manera disciplinada y terminé en cuestión de meses. Pero no fue así. Luego de mi primera novela, Esa antigua tristeza, no sabía que la segunda me tendería una trampa. Creí que, luego de haber terminado una, la segunda sería más fácil. En poco tiempo, te das cuenta de que cada novela tiene sus complicaciones. Lo único que aprendes de la primera es que tienes la confianza de poder terminar una obra. El resto es una tierra sin mapa.
Mi primer intento con la novela murió súbitamente junto con el disco duro de mi computadora. Casi cincuenta páginas a espacio sencillo se borraron de la noche a la mañana. Pensé que tenía una copia en algún lugar, pero no fue así. Alguien más sensato habría visto esto como un presagio para que continuara con otra cosa, pero soy terco. Comencé otra vez desde cero. Y fue lo mejor que pudo haber pasado. Ese segundo intento fue mucho mejor que el primero. Sin embargo, antes de llegar a las cuarenta páginas, me di cuenta de que algo no cuadraba. No me gustaba lo que había escrito. Así que… comencé otra vez… ¿qué importaba? Ya lo había hecho una vez, por qué no dos. O tres, o cuatro, o… en fin… la novela tuvo 7 comienzos. La séptima fue la vencida porque por fin le encontré el ritmo a la novela. En vez de un narrador en tercera persona, opté por la primera persona, pero desde el punto de vista de tres personajes distintos: un secretario de la gobernación, una reportera y un senador opuesto al gobernador. Desde ese punto en adelante, la novela fluyó.
Además de crear un mito, quise trabajar con una serie de conceptos y tecnología que apenas surgía en esos momentos. De ahí la inclusión de Diana Herrera, que es una mezcla de insurgente tecnológica y guerrillera contemporánea basada en Henry Okah, parte del Movimiento de Emancipación Nigeriano, que creó un personaje capaz de atacar las instalaciones del Gobierno nigeriano y de la multinacional Shell para desestabilizar el sistema. Okah era capaz de contratar guerrilleros para atacar esas dos instituciones con el uso de sus contactos y las telecomunicaciones (y, claro, dinero). Vi las condiciones en Puerto Rico ideales para que eso sucediera también y lo incluí en Fortaleza. Podría decirse que Fortaleza es, tal vez, un tipo de manual de insurgencia para aquellos que estén interesados en derrocar un gobierno.
También quise incluir cómo sería la reacción de un gobierno con acceso a tecnología avanzada, como sucede con EE. UU. Para la época en que escribí la novela, ya el gobierno estadounidense utilizaba sus drones, o aviones no tripulados, en el Medio Oriente. Estaba bastante convencido de que el gobierno de los EE. UU. utilizaría esa tecnología contra sus habitantes, especialmente cuando no son parte de ellos, para menguar cualquier disturbio social.
He visto destellos de Fortaleza en esta administración. A veces me divierte pensar en que alguien en el Gobierno la leyó y trató de implementar algunas escenas a la vida real. Por otro lado, me desilusionaría que hicieran tan pobre lectura, si fuera así. Hablan con los maestros, pero se les olvida escuchar. Existe una crisis, pero no actúan con honestidad ni transparencia.
Al final de todo descubrí que el futuro de Puerto Rico no está en manos de una sola persona, sin que importe lo que los candidatos políticos nos digan cada cuatro años. Basta con repasar nuestra historia para darse cuenta. Tal vez quise aliviar mis frustraciones por Puerto Rico al escribir Fortaleza y creo que lo conseguí. Sin embargo, creo que cada persona que la lea deberá encontrar sus propias soluciones. Al final de cuentas, léela. Si al terminarla piensas un poco más sobre cómo podemos mejorar el País, logré mi cometido.
Muchas gracias