Antes que nada, aclaro que mi conocimiento musical es limitado a la de un aficionado, así que me perdonan de antemano cualquier idotez que escriba, en cuanto a teoría musical se refiere. Este escrito aparecerció primero en mi página de Patreon el 28 de septiembre de 2022.
Foto tomada de Metalhead Zone
Hace casi dos años, murió Eddie Van Halen, el legendario guitarrista. Solo tenía 65 años, pero el cáncer se lo llevó. Escribí algo acerca del suceso, que pueden leer aquí. La muerte de Eddie conmovió al mundo entero y salieron a la luz algunas anécdotas que me eran desconocidas. Entre ellas, que parte de la ascendencia del guitarrista era filipina, por parte de madre, dato que no se le daba mucha importancia cuando la banda gozaba en la cima de su popularidad. Otros artistas y músicos hablaron o escribieron de sus experiencias con Eddie, tanto a nivel profesional como en lo personal. Como suele suceder, poco a poco, el mundo continuó y se nos olvidó la muerte de Eddie.
Hace unos días, la banda Red Hot Chili Peppers (RHCP) publicó una canción titulada «Eddie», que es un homenaje al fenecido músico. Desconozco si los integrantes de la banda lo conocían o no, aunque mi deducción es que no o no muy bien.
La canción comienza con un ritmo y una melodía nostálgicos, que parecen anunciar una ausencia. Esa melodía se repetirá durante el resto de la canción. Cuando Anthony Kiedis arranca a cantar mantiene ese sentimiento, de primera intención. Luego, ese tono cambia un poco, según la letra, que creo que es el único punto que no me apela del todo de esta canción. Es como que la composición, en su entereza, no está al nivel de los demás componentes de la canción. A veces acierta, en otras suena charrito, como cuando Residente rima algo con flema, por eso de dar un ejemplo. Digo, la letra no se va a lo grotesco, pero a veces no cuadra muy bien. Se canta desde la primera persona: «Please don’t remember me / for what I did last night» o «such a delicate touch / They say I’m from Amsterdam / Does that make me Dutch?». La letra me parece inconsecuente: a veces alaba, en otras se va a lo trivial o banal, como podría desprenderse de los ejemplos provistos.
Ahora bien, el resto de la canción es genial. El bajo de Flea muestra el peritaje del músico, al igual que el ritmo que mantiene el baterista, Chad Smith. Ambos tocan a favor de John Frusciante, el guitarrista de la banda. Es en este instrumento en que se exhalta el homenaje al músico fenecido. Comienza con su propio estilo, que de primera intención recuerda a otra canción de la banda. Según avanza la canción, Frusciante emula alguna de las técnicas de Eddie, como el finger tapping y el uso de la barra del tremolo. Leí una entrevista con Frusciante en la que declaraba que admiraba la técnica de músicos como Van Halen, pero a la vez, también le gustaba la emoción de las bandas que se desarrollaron en los noventa, como Nirvana. Para el último disco de RHCP, intentó buscar un balance entre ambos estilos. Si «Eddie» es una muestra de ello, el resto del disco debe ser una joya. En la guitarra de Frusciante se nota la admiración y el cariño que le extiende al homenajeado. Más que un homenaje para los gustos del difunto, lo que toca Frusciante es como para desahogarse, sin pensar en lo que opinaría Eddie, de haber tenido la oportunidad de escucharlo. Es conocido que Van Halen solía decir que ignoraba la música de sus contemporáneos, por tanto, uno podría llegar a la conclusión de que no le habría encantado este homenaje. Sin embargo, no importa lo que habría opinado Eddie. Esta canción será dedicada a e inspirada por él, pero no es para él. Es para la banda y para los que solían escuchar la música de Eddie y admirar su manera de ser.
Es una canción melancólica y medio triste, que logra tocar alguna fibra en quienes la escuchan. Ese tipo de canción es difícil de encontrar, hoy día.
Poco antes de que comenzara la pandemia, hace “50 años”, comencé a ir a la pista de correr por las mañanas. Corría como media hora, más o menos. Cuando empecé, apenas podía dar una vuelta trotando sin querer morir. Hace poco, logré dar 8 vueltas sin detenerme. No es lo usual con estos calores, pero por ahora me conformo con llegar a 5 y completar las demás después de caminar media o una vuelta completa. La meta es lograr dar 10 vueltas, sin detenerme, cada otro día. Pero bueno, basta con la introducción.
La pandemia afectó mi rutina y me tardé casi dos años en regresar a la pista. Esa primera semana de vuelta la tomé con calma: trotaba 1 o 2 vueltas, caminaba media y trotaba 1 o 2 más, hasta llegar a 6 o 7. Me tomo un momento para describir mi paso y proceso, ya que cualquiera diría que corro y que me gusta. Es todo lo contrario. Odio cada momento que troto en esa pista y lo único que pienso es cuándo voy a terminar. Además, mi paso es lentísimo. Si alguien camina con prisa, me rebasa. Como no estoy allí para competir con nadie, no me importa cuán lento voy, pero sí me mistifica cómo todos los demás logran ser tan veloces. Es como si yo gateara y ellos caminaran. Supongo que estás pensando que, si tanto odio trotar, por qué lo hago. Simple: odio aun más morir antes de tiempo o desarrollar diabetes. Por tanto, sufro ese tiempo en la pista. Además, luego me siento muy bien (aunque a esta edad, termino con la rodilla adolorida… por eso utilizo rodilleras y una tobillera. Espero que no necesite nada más; esas cosas cuestan).
Todo esto nos lleva al pasado martes. Mientras me aplicaba las rodilleras y tobillera, vi una ráfaga correr en la pista. Una mujer corría a un paso que jamás había visto antes y no se detenía. Confieso que nunca me ha interesado pista y campo, salvo cuando hay Juegos Panamericanos u Olímpicos. Participar en esas disciplinas nunca me llamó la atención. Tal vez porque nunca tuve acceso a instalaciones como las que existen hoy día o simplemente porque… odio correr. El caso es que nunca había presenciado cuando un atleta de alto rendimiento corría. Ya estoy acostumbrado a que las demás personas que entrenen sean más veloces que yo, pero la mujer que corría en la pista era otro tipo de corredora. No me tardé en identificarla: era la medallista de oro de los Juegos Centroamericanos Beverly Ramos, una de las atletas más destacadas en la Isla. La reconocí porque la sigo en las redes sociales desde aquellos JJ. CC. de 2010 y me constaba que, además de competir a nivel mundial, suele entrenar en diversos parques de Puerto Rico.
Otra confesión: no sé nada de este tipo de deporte, salvo lo que he visto en televisión a lo largo de los años. Les digo que lo que uno ve en la pantalla chica no le hace justicia a lo rápido que corren “en vivo”. Además, como los demás atletas en las competencias van a un paso semejante, es difícil comprender cuán rápido es el paso. En el tiempo que llevo “gateando” en la pista (porque cuando comparo el paso que llevaba Beverly con el mío, era como comparar a un bebé gateando con una persona corriendo), he visto muchas personas que entrenan de manera disciplinada. Vamos, que lo que yo hago allí es más bien un aguaje para poder decirme que hago algo de ejercicio. Pero ver a Beverly correr es otra cosa. En lo que yo daba un cuarto de vuelta, ella daba dos vueltas alrededor de la pista, como si estuviera montada en una bicicleta. Ver a una atleta de ese calibre correr mientras uno está en la misma pista es impresionante.
Tal vez, causa tanta impresión porque el acto de correr es algo que casi todos podemos hacer, ¿no? Es como escribir: todo el mundo lo puede hacer, pero ¿qué separa a un profesional de alguien que solo utiliza la escritura de manera cotidiana? ¿Qué diferencia existe entre un novelista y alguien que se pasa el día tuiteando? Pues, si fuera a formular una analogía entre correr y escribir, el caso de Beverly sería ideal. En las veinte vueltas que dio alrededor de la pista mientras yo daba una, pude notar que ella posee una economía de movimientos. En cada paso, ella logra ganar terreno y se impulsa para que la otra pierna haga igual. Sus rodillas se alzan de manera uniforme, perfectamente opuestas al suelo. No tienden a inclinarse hacia los lados. Ella controla su respiración para maximizar el oxígeno que les entra a los pulmones y lo exhala de manera que le puede sacar el mayor provecho. Tiene la consecuencia de una máquina: uno podría ajustar un reloj con su ritmo de respiración. En comparación, yo parezco que uso las piernas para no caerme de frente y cada aliento que doy es para sobrevivir. No hay nada de eficiencia en mis movimientos tampoco: apenas alzo las rodillas y doy como tres pasos donde uno bien pisado bastaría.
Quienes escribimos de manera profesional hacemos lo mismo, pero aplicado a la redacción. En vez de movimientos, apostamos a una economía de palabras. Pasamos, a veces, horas pensando cómo mejorar una oración, qué adjetivos utilizar, cómo frasear algún pensamiento o idea. Cada punto y coma están pensados. A veces, se nos pasa algún error, pero igual les sucede a los atletas. Uno aspira a la perfección, pero termina ejecutando como mejor puede. Alguien que solo escribe a manera de utilidad, para comunicarse de manera casual, no pasa tanto trabajo en la confección de cada oración. Así como yo no paso trabajo en mejorar cada paso que doy en la pista. Y esa es la diferencia: la cantidad de trabajo que uno le mete a su profesión. Beverly entrena todos los días, se cuida de lo que come, observa la manera en que otras personas corren, además de ver las grabaciones de sus propias carreras, y está pendiente de lo que hace mientras corre. Los escritores hacemos igual con las palabras: leemos, buscamos definiciones, sinónimos, antónimos y reglas gramaticales y ortográficas, y revisamos lo que escribimos.
Tanto correr como escribir, no es para todo el mundo, igual que toda profesión. Así como yo no estoy dispuesto a mantener ese tipo de dedicación al correr (además, que ya estoy un poco pasado de años para eso), también hay quienes no están dispuestos a dedicarse la escritura. Y así con toda profesión. Sin embargo, me parece importante apreciar el trabajo y sus resultados. Ver a Beverly en esa pista, corriendo mientras los demás gateábamos, me inspira a querer escribir como ella corre.
¡Hola! He mantenido este blog desde 2005, más o menos. Aquí encontrarán escritos nuevos y viejos, además de la mayoría de las reseñas escritas por mí que se publicaron en El Nuevo Día desde 2012 a 2020. Si llegaste gracias a la presentación de Casandra aprende a volar, pues, ¡Saludos! Si haces clic en la tienda, podrás ordenar la novela, dedicada por mí, para ti. Si llegas de una jurisdicción fuera de Puerto Rico, es posible que Amazon sea tu mejor opción para adquirir la novela, por eso del flete. Lo malo es que no puedo dedicártela. De todas formas, si tienes preguntas, me puedes escribir por aquí, en Twitter (@jborges) o en Facebook (José Borges, escritor). ¡Bienvenidos!
Hace unos días, cambié de proveedor de servicio para esta página. Con el cambio, se desorganizaron o dejaron de funcionar algunas cosas. De todas formas, ya un cambio es necesario así que pronto trabajaré para que la página luzca mejor. Mientras tanto, se verá así. El contenido no ha cambiado, solo la apariencia. Pendientes.
para Egidio, que siempre espera algo nuevo por aquí y a quien no quisiera defraudar.
Anoche terminé de ver la serie de Marvel The Falcon and the Winter Soldier, que trata del legado del Capitán América y cómo sus panas se ajustan a su nueva realidad sin él y luego de haber desaparecido de la existencia por cinco años. Hay reacciones diversas al programa, que provienen de los temas que se tocan, o tal vez, que se dejan de tocar. Lo primero que se puede apreciar es el momento histórico en que se produce la serie, que es durante la presidencia de Trump. No es que aparezca el tipo en la serie ni nada por el estilo, pero sí se nota un esfuerzo por hablarle a la situación. Claro, dentro de lo que puede hablarle una producción cuyo origen es Disney.
Para los que vieron las películas, recordarán que el Capitán América viaja al pasado al final y regresa al punto de partida ya viejo. Le regala su escudo al Halcón y luego… pues, no se sabe qué hace. La serie alude a que desaparece para siempre, aunque no tenga sentido; el tipo envejeció, solamente. El caso es que al principio de la serie, Sam, el Halcón, rechaza el escudo y se lo regala al gobierno de los Estados Unidos, que prontamente sacan su propio Capitán América, un soldado blanco, héroe de guerra, pero sin superpoderes. Sam no se cree representado por su país al principio de la serie, situación que se resolverá al final.
El Soldado Invernal, por su parte, sufre de síndrome postraumático, luego de liberarse del yugo de Hydra, la malvada organización secreta, cuyo propósito es… ser los malos, supongo, ya que no se les incluye ninguna otra razón de ser. Lo otro que atormenta a Bucky (el Soldado Invernal) es que recuerda a la gente que mató y hasta se hace amigo del padre de una de sus víctimas. Anda por el mundo tratando de pedir perdón por sus acciones, aunque era controlado.
El otro conflicto es el de los Rompe Banderas, terroristas que desean la unión mundial, o sea una Tierra sin naciones ni fronteras. Estos logran acceder la fórmula que convirtió a Steve Rogers en el superhéroe que conocemos hoy día. A la vez, la serie intenta trabajar con el racismo y otros pecados del imperio estadounidense, pero con paños tibios. Al final, Sam decide ser el nuevo Capitán, con escudo y alas, y luchar por los valores de su país.
En esencia, la serie es un «buddy movie». Si viste Lethal Weapon, ya sabes por dónde va la cosa. Los protagonistas no se soportan al principio, pero al final son inseparables. Hay pocas sorpresas en la serie y varios momentos de comedia. Otros momentos de comedia se dan sin intención, me parece. Por ejemplo, el Capitán América del gobierno pierde la tabla luchando contra los terroristas y mata viciosamente a uno con el escudo, en plena luz del día con todos los celulares grabando y trasmitiendo. Esta acción lo lleva a enfrentarse a un tribunal militar en su país, donde es abucheado y rechazado por la gente. Quien haya prestado un poco atención a los últimos 20 años de guerra continua de los Estados Unidos encontrará la escena patéticamente risible. La televisión y el Hollywood estadounidense es una grna máquina de propaganda, así que no se espera mucha más voz crítica.
No es decir que no es entretenida, especialmente para aquellos sedientos de más material de Marvel en la pantalla. Los actores son carismáticos y es divertido verlos en acción. Sam como el nuevo Capitán América es una buena idea, pero necesitará su espacio en otra historia para convertirse en algo más icónico. Ya anunciaron otra película del capitán, así que espacio tendrá.
Creativamente, veo difícil que puedan superar la hazaña que lograron con estas películas a partir de Iron Man. Siempre habrá gran cantidad de gente que irá a ver las películas y series, pero lo único que podría ser de interés es la inclusión de los mutantes de Marvel. Es decir, los X-Men, que siempre han tenido un rol medio antagónico en los cómics. Pero la realidad es que tanta película de superhéroe cansa, fenómeno que sucede en los mismos cómics. La gran mayoría de publicaciones tratan de gente con superpoderes, lo cual ha estancado ese medio, que tanto potencial tiene.
Dicho todo esto, si quieres más Marvel, te gustará la serie. Tal vez no la adores, pero no te arrepentirás. Si eso de superhéroes no es lo tuyo, dudo que esta sea la serie que te cambie de parecer.
(publicado originalmente en mi página de Patreon. Gateando en la pista de correr Poco antes de que comenzara la pandemia, hace “50 años”, comencé a ir a la pista de correr por las mañanas. Corría como media hora, más o menos. Cuando empecé, apenas podía dar una vuelta trotando sin querer morir. Hace poco, logré …
Hace unos días, cambié de proveedor de servicio para esta página. Con el cambio, se desorganizaron o dejaron de funcionar algunas cosas. De todas formas, ya un cambio es necesario así que pronto trabajaré para que la página luzca mejor. Mientras tanto, se verá así. El contenido no ha cambiado, solo la apariencia. Pendientes.
Boricuas destacadas Los nombres de Julia de Burgos, Sonia Sotomayor y Rita Moreno probablemente nos sean muy familiares, pero ¿puedes mencionar cinco otras mujeres boricuas destacadas? ¿Qué tal diez o quince? Confío en que la audiencia de esta reseña podría nombrar el doble de las que pedí y quedarse con ganas de mencionar muchas más, …
Techos descubiertos Sabíamos de memoria las horas de los boletines; su entrada era inevitable. El despido por las redes con promesas de vernos al otro lado, chistes de salchichas y galletas, el apagón, la calma, luego, el viento. Un silbido entre agua y proyectiles, casas inundadas, ríos desbordados, techos descubiertos. La calma al …