«Eddie»: una reseña musical

Antes que nada, aclaro que mi conocimiento musical es limitado a la de un aficionado, así que me perdonan de antemano cualquier idotez que escriba, en cuanto a teoría musical se refiere. Este escrito aparecerció primero en mi página de Patreon el 28 de septiembre de 2022. 

Foto tomada de Metalhead Zone

Hace casi dos años, murió Eddie Van Halen, el legendario guitarrista. Solo tenía 65 años, pero el cáncer se lo llevó. Escribí algo acerca del suceso, que pueden leer aquí. La muerte de Eddie conmovió al mundo entero y salieron a la luz algunas anécdotas que me eran desconocidas. Entre ellas, que parte de la ascendencia del guitarrista era filipina, por parte de madre, dato que no se le daba mucha importancia cuando la banda gozaba en la cima de su popularidad. Otros artistas y músicos hablaron o escribieron de sus experiencias con Eddie, tanto a nivel profesional como en lo personal. Como suele suceder, poco a poco, el mundo continuó y se nos olvidó la muerte de Eddie. 

Hace unos días, la banda Red Hot Chili Peppers (RHCP) publicó una canción titulada «Eddie», que es un homenaje al fenecido músico. Desconozco si los integrantes de la banda lo conocían o no, aunque mi deducción es que no o no muy bien.

La canción comienza con un ritmo y una melodía nostálgicos, que parecen anunciar una ausencia. Esa melodía se repetirá durante el resto de la canción. Cuando Anthony Kiedis arranca a cantar mantiene ese sentimiento, de primera intención. Luego, ese tono cambia un poco, según la letra, que creo que es el único punto que no me apela del todo de esta canción. Es como que la composición, en su entereza, no está al nivel de los demás componentes de la canción. A veces acierta, en otras suena charrito, como cuando Residente rima algo con flema, por eso de dar un ejemplo. Digo, la letra no se va a lo grotesco, pero a veces no cuadra muy bien. Se canta desde la primera persona: «Please don’t remember me / for what I did last night» o «such a delicate touch / They say I’m from Amsterdam / Does that make me Dutch?». La letra me parece inconsecuente: a veces alaba, en otras se va a lo trivial o banal, como podría desprenderse de los ejemplos provistos. 

Ahora bien, el resto de la canción es genial. El bajo de Flea muestra el peritaje del músico, al igual que el ritmo que mantiene el baterista, Chad Smith. Ambos tocan a favor de John Frusciante, el guitarrista de la banda. Es en este instrumento en que se exhalta el homenaje al músico fenecido. Comienza con su propio estilo, que de primera intención recuerda a otra canción de la banda. Según avanza la canción, Frusciante emula alguna de las técnicas de Eddie, como el finger tapping y el uso de la barra del tremolo. Leí una entrevista con Frusciante en la que declaraba que admiraba la técnica de músicos como Van Halen, pero a la vez, también le gustaba la emoción de las bandas que se desarrollaron en los noventa, como Nirvana. Para el último disco de RHCP, intentó buscar un balance entre ambos estilos. Si «Eddie» es una muestra de ello, el resto del disco debe ser una joya. En la guitarra de Frusciante se nota la admiración y el cariño que le extiende al homenajeado. Más que un homenaje para los gustos del difunto, lo que toca Frusciante es como para desahogarse, sin pensar en lo que opinaría Eddie, de haber tenido la oportunidad de escucharlo. Es conocido que Van Halen solía decir que ignoraba la música de sus contemporáneos, por tanto, uno podría llegar a la conclusión de que no le habría encantado este homenaje. Sin embargo, no importa lo que habría opinado Eddie. Esta canción será dedicada a e inspirada por él, pero no es para él. Es para la banda y para los que solían escuchar la música de Eddie y admirar su manera de ser. 

Es una canción melancólica y medio triste, que logra tocar alguna fibra en quienes la escuchan. Ese tipo de canción es difícil de encontrar, hoy día. 

Si les interesa, pueden escucharla aquí.         

Crónica: Gateando en la pista de correr

(publicado originalmente en mi página de Patreon.

Gateando en la pista de correr

Poco antes de que comenzara la pandemia, hace “50 años”, comencé a ir a la pista de correr por las mañanas. Corría como media hora, más o menos. Cuando empecé, apenas podía dar una vuelta trotando sin querer morir. Hace poco, logré dar 8 vueltas sin detenerme. No es lo usual con estos calores, pero por ahora me conformo con llegar a 5 y completar las demás después de caminar media o una vuelta completa. La meta es lograr dar 10 vueltas, sin detenerme, cada otro día. Pero bueno, basta con la introducción.

La pandemia afectó mi rutina y me tardé casi dos años en regresar a la pista. Esa primera semana de vuelta la tomé con calma: trotaba 1 o 2 vueltas, caminaba media y trotaba 1 o 2 más, hasta llegar a 6 o 7. Me tomo un momento para describir mi paso y proceso, ya que cualquiera diría que corro y que me gusta. Es todo lo contrario. Odio cada momento que troto en esa pista y lo único que pienso es cuándo voy a terminar. Además, mi paso es lentísimo. Si alguien camina con prisa, me rebasa. Como no estoy allí para competir con nadie, no me importa cuán lento voy, pero sí me mistifica cómo todos los demás logran ser tan veloces. Es como si yo gateara y ellos caminaran. Supongo que estás pensando que, si tanto odio trotar, por qué lo hago. Simple: odio aun más morir antes de tiempo o desarrollar diabetes. Por tanto, sufro ese tiempo en la pista. Además, luego me siento muy bien (aunque a esta edad, termino con la rodilla adolorida… por eso utilizo rodilleras y una tobillera. Espero que no necesite nada más; esas cosas cuestan).

Todo esto nos lleva al pasado martes. Mientras me aplicaba las rodilleras y tobillera, vi una ráfaga correr en la pista. Una mujer corría a un paso que jamás había visto antes y no se detenía. Confieso que nunca me ha interesado pista y campo, salvo cuando hay Juegos Panamericanos u Olímpicos. Participar en esas disciplinas nunca me llamó la atención. Tal vez porque nunca tuve acceso a instalaciones como las que existen hoy día o simplemente porque… odio correr. El caso es que nunca había presenciado cuando un atleta de alto rendimiento corría. Ya estoy acostumbrado a que las demás personas que entrenen sean más veloces que yo, pero la mujer que corría en la pista era otro tipo de corredora. No me tardé en identificarla: era la medallista de oro de los Juegos Centroamericanos Beverly Ramos, una de las atletas más destacadas en la Isla. La reconocí porque la sigo en las redes sociales desde aquellos JJ. CC. de 2010 y me constaba que, además de competir a nivel mundial, suele entrenar en diversos parques de Puerto Rico.

Dave Atkinson, CC BY 2.0 https://creativecommons.org/licenses/by/2.0, via Wikimedia Commons

Otra confesión: no sé nada de este tipo de deporte, salvo lo que he visto en televisión a lo largo de los años. Les digo que lo que uno ve en la pantalla chica no le hace justicia a lo rápido que corren “en vivo”. Además, como los demás atletas en las competencias van a un paso semejante, es difícil comprender cuán rápido es el paso. En el tiempo que llevo “gateando” en la pista (porque cuando comparo el paso que llevaba Beverly con el mío, era como comparar a un bebé gateando con una persona corriendo), he visto muchas personas que entrenan de manera disciplinada. Vamos, que lo que yo hago allí es más bien un aguaje para poder decirme que hago algo de ejercicio. Pero ver a Beverly correr es otra cosa. En lo que yo daba un cuarto de vuelta, ella daba dos vueltas alrededor de la pista, como si estuviera montada en una bicicleta. Ver a una atleta de ese calibre correr mientras uno está en la misma pista es impresionante.

Tal vez, causa tanta impresión porque el acto de correr es algo que casi todos podemos hacer, ¿no? Es como escribir: todo el mundo lo puede hacer, pero ¿qué separa a un profesional de alguien que solo utiliza la escritura de manera cotidiana? ¿Qué diferencia existe entre un novelista y alguien que se pasa el día tuiteando? Pues, si fuera a formular una analogía entre correr y escribir, el caso de Beverly sería ideal. En las veinte vueltas que dio alrededor de la pista mientras yo daba una, pude notar que ella posee una economía de movimientos. En cada paso, ella logra ganar terreno y se impulsa para que la otra pierna haga igual. Sus rodillas se alzan de manera uniforme, perfectamente opuestas al suelo. No tienden a inclinarse hacia los lados. Ella controla su respiración para maximizar el oxígeno que les entra a los pulmones y lo exhala de manera que le puede sacar el mayor provecho. Tiene la consecuencia de una máquina: uno podría ajustar un reloj con su ritmo de respiración. En comparación, yo parezco que uso las piernas para no caerme de frente y cada aliento que doy es para sobrevivir. No hay nada de eficiencia en mis movimientos tampoco: apenas alzo las rodillas y doy como tres pasos donde uno bien pisado bastaría.

Quienes escribimos de manera profesional hacemos lo mismo, pero aplicado a la redacción. En vez de movimientos, apostamos a una economía de palabras. Pasamos, a veces, horas pensando cómo mejorar una oración, qué adjetivos utilizar, cómo frasear algún pensamiento o idea. Cada punto y coma están pensados. A veces, se nos pasa algún error, pero igual les sucede a los atletas. Uno aspira a la perfección, pero termina ejecutando como mejor puede. Alguien que solo escribe a manera de utilidad, para comunicarse de manera casual, no pasa tanto trabajo en la confección de cada oración. Así como yo no paso trabajo en mejorar cada paso que doy en la pista. Y esa es la diferencia: la cantidad de trabajo que uno le mete a su profesión. Beverly entrena todos los días, se cuida de lo que come, observa la manera en que otras personas corren, además de ver las grabaciones de sus propias carreras, y está pendiente de lo que hace mientras corre. Los escritores hacemos igual con las palabras: leemos, buscamos definiciones, sinónimos, antónimos y reglas gramaticales y ortográficas, y revisamos lo que escribimos.  

Tanto correr como escribir, no es para todo el mundo, igual que toda profesión. Así como yo no estoy dispuesto a mantener ese tipo de dedicación al correr (además, que ya estoy un poco pasado de años para eso), también hay quienes no están dispuestos a dedicarse la escritura. Y así con toda profesión. Sin embargo, me parece importante apreciar el trabajo y sus resultados. Ver a Beverly en esa pista, corriendo mientras los demás gateábamos, me inspira a querer escribir como ella corre.

Bienvenidos al Blog de Borges

¡Hola! He mantenido este blog desde 2005, más o menos. Aquí encontrarán escritos nuevos y viejos, además de la mayoría de las reseñas escritas por mí que se publicaron en El Nuevo Día desde 2012 a 2020. Si llegaste gracias a la presentación de Casandra aprende a volar, pues, ¡Saludos! Si haces clic en la tienda, podrás ordenar la novela, dedicada por mí, para ti. Si llegas de una jurisdicción fuera de Puerto Rico, es posible que Amazon sea tu mejor opción para adquirir la novela, por eso del flete. Lo malo es que no puedo dedicártela. De todas formas, si tienes preguntas, me puedes escribir por aquí, en Twitter (@jborges) o en Facebook (José Borges, escritor). ¡Bienvenidos!

Bajo construcción

Hace unos días, cambié de proveedor de servicio para esta página. Con el cambio, se desorganizaron o dejaron de funcionar algunas cosas. De todas formas, ya un cambio es necesario así que pronto trabajaré para que la página luzca mejor. Mientras tanto, se verá así. El contenido no ha cambiado, solo la apariencia. Pendientes.

El Halcón y el Soldado Invernal (¿reseña?)

para Egidio, que siempre espera algo nuevo por aquí y a quien no quisiera defraudar.

Anoche terminé de ver la serie de Marvel The Falcon and the Winter Soldier, que trata del legado del Capitán América y cómo sus panas se ajustan a su nueva realidad sin él y luego de haber desaparecido de la existencia por cinco años. Hay reacciones diversas al programa, que provienen de los temas que se tocan, o tal vez, que se dejan de tocar. Lo primero que se puede apreciar es el momento histórico en que se produce la serie, que es durante la presidencia de Trump. No es que aparezca el tipo en la serie ni nada por el estilo, pero sí se nota un esfuerzo por hablarle a la situación. Claro, dentro de lo que puede hablarle una producción cuyo origen es Disney.

Para los que vieron las películas, recordarán que el Capitán América viaja al pasado al final y regresa al punto de partida ya viejo. Le regala su escudo al Halcón y luego… pues, no se sabe qué hace. La serie alude a que desaparece para siempre, aunque no tenga sentido; el tipo envejeció, solamente. El caso es que al principio de la serie, Sam, el Halcón, rechaza el escudo y se lo regala al gobierno de los Estados Unidos, que prontamente sacan su propio Capitán América, un soldado blanco, héroe de guerra, pero sin superpoderes. Sam no se cree representado por su país al principio de la serie, situación que se resolverá al final.

El Soldado Invernal, por su parte, sufre de síndrome postraumático, luego de liberarse del yugo de Hydra, la malvada organización secreta, cuyo propósito es… ser los malos, supongo, ya que no se les incluye ninguna otra razón de ser. Lo otro que atormenta a Bucky (el Soldado Invernal) es que recuerda a la gente que mató y hasta se hace amigo del padre de una de sus víctimas. Anda por el mundo tratando de pedir perdón por sus acciones, aunque era controlado.

El otro conflicto es el de los Rompe Banderas, terroristas que desean la unión mundial, o sea una Tierra sin naciones ni fronteras. Estos logran acceder la fórmula que convirtió a Steve Rogers en el superhéroe que conocemos hoy día. A la vez, la serie intenta trabajar con el racismo y otros pecados del imperio estadounidense, pero con paños tibios. Al final, Sam decide ser el nuevo Capitán, con escudo y alas, y luchar por los valores de su país.

En esencia, la serie es un «buddy movie». Si viste Lethal Weapon, ya sabes por dónde va la cosa. Los protagonistas no se soportan al principio, pero al final son inseparables. Hay pocas sorpresas en la serie y varios momentos de comedia. Otros momentos de comedia se dan sin intención, me parece. Por ejemplo, el Capitán América del gobierno pierde la tabla luchando contra los terroristas y mata viciosamente a uno con el escudo, en plena luz del día con todos los celulares grabando y trasmitiendo. Esta acción lo lleva a enfrentarse a un tribunal militar en su país, donde es abucheado y rechazado por la gente. Quien haya prestado un poco atención a los últimos 20 años de guerra continua de los Estados Unidos encontrará la escena patéticamente risible. La televisión y el Hollywood estadounidense es una grna máquina de propaganda, así que no se espera mucha más voz crítica.

No es decir que no es entretenida, especialmente para aquellos sedientos de más material de Marvel en la pantalla. Los actores son carismáticos y es divertido verlos en acción. Sam como el nuevo Capitán América es una buena idea, pero necesitará su espacio en otra historia para convertirse en algo más icónico. Ya anunciaron otra película del capitán, así que espacio tendrá.

Creativamente, veo difícil que puedan superar la hazaña que lograron con estas películas a partir de Iron Man. Siempre habrá gran cantidad de gente que irá a ver las películas y series, pero lo único que podría ser de interés es la inclusión de los mutantes de Marvel. Es decir, los X-Men, que siempre han tenido un rol medio antagónico en los cómics. Pero la realidad es que tanta película de superhéroe cansa, fenómeno que sucede en los mismos cómics. La gran mayoría de publicaciones tratan de gente con superpoderes, lo cual ha estancado ese medio, que tanto potencial tiene.

Dicho todo esto, si quieres más Marvel, te gustará la serie. Tal vez no la adores, pero no te arrepentirás. Si eso de superhéroes no es lo tuyo, dudo que esta sea la serie que te cambie de parecer.

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Reseña: Ellas

Boricuas destacadas

Los nombres de Julia de Burgos, Sonia Sotomayor y Rita Moreno probablemente nos sean muy familiares, pero ¿puedes mencionar cinco otras mujeres boricuas destacadas? ¿Qué tal diez o quince? Confío en que la audiencia de esta reseña podría nombrar el doble de las que pedí y quedarse con ganas de mencionar muchas más, pero ¿y el resto de la población? Aun entre gente culta como ustedes, habrá de existir lagunas de conocimiento en cuanto a nuestras mujeres ilustres. Por ejemplo, ¿sabes quién era Modesta Díaz Segarra? ¿Te suena el nombre de Miriam Naveira Merly? ¿Herminia Tormes García? ¿No? Pues, puedes conocerlas en Ellas: historias de mujeres puertorriqueñas, un libro conceptualizado e ilustrado por Mya Pagán, con la colaboración de Enery López Navarrete, Laura Rexach Olivencia y Mariola Rosario Padró.

 

El libro consta de 64 biografías de mujeres puertorriqueñas que se han destacado de diversas maneras en el trascurso de nuestra historia. Algunas son famosas, como Mónica Puig, Ivy Queen y Sila María Calderón; otras, como Adolfina Villanueva Osorio, Rebekah Colberg Cabrera o Blanca Canales Torresola tal vez nos sean familiares, aunque a lo mejor no sabríamos exactamente por qué; y algunas nos serán totalmente desconocidas, como fue mi caso con Celestina Cordero Molina, Gloria Colón Muñoz y Felicitas Méndez Gómez. Cada entrada está ilustrada por Mya Pagán y traducida al inglés. Son escritos cortos, de media página, que contienen la información más relevante de las mujeres incluidas. Incluye personalidades desde el siglo XVIII hasta el corriente.

 

Hay deportistas, artistas, poetas, escritoras, médicas, juezas y científicas, entre muchos otros oficios, cuyas aportaciones a nuestra sociedad son sorprendentes. En estas páginas está la primera alcaldesa de la Isla (no fue doña Fela, que también está incluida y quien fue la primera alcaldesa de una capital en Hispanoamérica), la primera jueza presidenta de nuestro Tribunal Supremo, y la primera abogada y luego jueza de Puerto Rico. Además, encontraremos a las que lucharon por nosotros, como Blanca Canales, Lolita Lebrón, Luisa Capetillo y Mariana Bracety, entre varias otras activistas y patriotas.

 

Las biografías están redactadas en un lenguaje sencillo, enfocadas en una audiencia joven (niñas y niños, según la introducción), pero capaz de disfrutarse por cualquiera. Es una lectura informativa que presenta un punto de partida para aprender más de estas figuras históricas, algunas que aún están en vías de despuntar más en su vida, como podría decirse de la cantante Ileana Cabra Joglar o la judoka María Pérez Díaz. Un toque interesante es que en algunas ocasiones se relaciona una que otra biografía con la anterior. El arte de Pagán, por otro lado, tiene un toque infantil, sin duda con el objetivo de apelar a ojos más jóvenes. Ellas es un libro recomendado para cualquiera que quiera saber más de su país y aprender de 64 de sus muchas mujeres destacadas puertorriqueñas. Es una buena opción de regalo en esta semana que se conmemora el Día de la Mujer Trabajadora, y para el resto del año, por supuesto.

 

Ellas: historias de mujeres puertorriqueñas

Mya Pagán

Editorial Destellos, 2020

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Esta reseña se publicó en El Nuevo Día en marzo 8 de 2020. Por alguna razón nunca la subí, pero acabo de corregir esa situación.

Receta: Ceviche (o cebiche) de mero

Ok. Receta de ceviche (o cebiche; ambas están aceptadas en el diccionario). Me la robé de internet y modifiqué según los ingredientes disponibles. Luego la compartí en un chat familiar y ha sido todo un éxito.
Necesitas:
El filete de pescado (yo uso mero, pero puede ser chillo; no uses tilapia porque comen mal)
Un cuchillo afilado
1 cebolla lila (si no tienes lila, pues la que tengas)
5 limones jugosos
1 china (o parcha, o piña… que sea cítrico, puede ser tamarindo, acerola, etc.)
Cilantro (o recao, pero cilantro funciona mejor)
ají: este fue el ingrediente que no tenía a la mano, ya que solo necesitas uno, pero el súpermercado te vende un bonche. SI vas a hacer sofrito, saca uno; si no, puedes usar una cucharadita de sofrito (criollo). Otra opción es sirracha, que me ha funcionado mejor que el sofrito)

Procedimiento:
¿Recuerdas el cuchillo afilado? Sácalo y afílalo si no está afilado.
Corta el filete cubos de un poco menos de una pulgada. Esto es a ojo, no necesitas una regla… fíjate que no mencioné nada de reglas al principio).
Una vez cortado el pescado, ponlo en un bol mediano. Échale un poco de sal y pimienta.
Corta y exprime los limones y échale el jugo al pescado. Remuévelo. Se supone que haya suficiente jugo como para que el pescado esté casi sumergido. Si los limones salieron secos, exprime más. Pueden ser verdes o amarillos.
Corta la cebolla por la mitad y luego corta una lascas finas. Julienne, le dicen los franceses. No sé por qué. Tal vez era una novia de Luis XIV. Tal vez debería buscarlo. No importa. Échale las lascas de cebolla a la mezcla.
Corta el ají en pedazos pequeños, como si estuvieras cortando ajo. Échalo al bol. Si no hay ají, pues la cucharada de sofrito o un apretón de sirracha.
Échale un poco del jugo del otro cítrico. Como 1/2 taza. Si es piña, pásala por el procesador o licuadora; si es acerolahazla jugo… etc.)
Pica el cilantro y échalo en el bol. Remueve todo y ponlo en la nevera por 15 minutos, así dentro del bol. Recuerda taparlo con plástico o papel aluminio.
Tómate una cerveza o un vinito en lo que esperas o hierve batata, fríe los tostones. Qué sé yo… trata de entretenerte por quince minutos.
Saca de la nevera, remueve y prueba un canto. Ajústalo de sal y remueve otra vez. Prueba de nuevo y ajusta según sea necesario. Cuando te satisfaga, sírvelo (esperemos que no te hayas jampeado todo el ceviche en el prueba, prueba).
Puedes decorarlo con una rueda de limón o un poco de cilantro… par de hojas de un arbusto… lo que sea, pero que se pueda comer.
¡Buen provecho!

 

Incluyo algunas fotos de los familiares que han intentado la receta. Ha sido un palo.

Reseña: Simulación del bienestar

Historias de un Puerto Rico cercano

 

Es raro ahora mismo reseñar una obra ambientada en el Puerto Rico de 2018, poco después de María, pero antes del Verano de 2019, los terremotos de 2020 y la pandemia que nos acuartela ahora mismo. Es casi como leer acerca de un mundo radicalmente distinto. Tal vez lo es, aunque no deja de ser familiar. En Simulación del bienestar, del puertorriqueño Antonio Miranda, podemos visitar ese cercano pasado, que parece tan lejano debido a la cuarentena.

La novela cuenta la historia de unos jóvenes cuatrillizos en Jayuya. Tal vez sea más preciso decir que cuenta cuatro historias, una por cuatrillizo: dos hembras y dos varones. Comienza con Nadeshka Marie, una artista que ha logrado éxito en su profesión y es dueña de su propia casa-taller. Ahí, espera por un comprador que ha viajado desde los Estados Unidos para comprarle una pintura que ha comisionado. El comprador es boricua también y oriundo del municipio de la Cordillera Central, aunque ha pasado tanto tiempo desde que se fue, que apenas reconoce el lugar. A diferencia de las demás historias del libro, esta se cuenta desde la perspectiva del comprador, Anthony, en lugar de mostrar el de la cuatrilliza y trabaja, en dos tiempos distintos, con su viaje a la casa-taller y su interacción con Nadeshka Marie. La narración intercala la experiencia de Anthony en su auto alquilado con la compra y el recogido del cuadro que ha venido a buscar.

Le sigue la historia de Cubo, que vive con la mamá de los hermanos y ha heredado los gallos de pelea de su padre. El gobierno estadounidense acaba de declarar las peleas de gallos ilegales y Cubo se las arregla para organizarlas de manera clandestina. Esa decisión lo involucra en una disputa con otro gallero sin escrúpulos que reacciona de manera violenta a una decisión que Cubo toma en contra del gallero en una de las peleas. A la vez, entramos en los pensamientos del hermano y vemos qué lo motiva, además de sus interacciones con sus hermanos.

La tercera historia es de Cheinyra, que estudia Ciencias Naturales. Es una joven madre que trata de armonizar sus responsabilidades y sus deseos de abandonarse a la fiesta. Los demás hermanos la describen como la más inteligente, mas toma una serie de decisiones irresponsables que le causarán problemas. Trata de equilibrar su vida estudiantil y de madre con las salidas a chinchorros de mala muerte y borracheras en las que pierde el conocimiento.

La última historia le toca a Mickey, que también es estudiante. Este se siente apartado de sus hermanos y el resto de la sociedad. Tiene una novia y se pasa pensando en que su relación terminará en algún momento, por una razón u otra. A la vez, cuenta un pasadía familiar con su padre, madre y demás hermanos, en el que acamparon en la playa Cerro Gordo en Vega Alta, que parece ser el momento en que se da cuenta de que se siente distinto a sus hermanos.

La novela pinta un momento significativo en nuestra historia a través de los ojos de estos personajes. Aquí veremos muchos de los problemas que nos afligían (y aún afectan) en aquel momento. Sin embargo, parece una colección de cuentos largos o novelas cortas en vez de una obra unida del todo. Uno se queda a la espera de algún suceso que amarre todas estas historias, pero nunca llega. No obstante, goza de una buena redacción y cuidado en su edición, que muestran la seriedad del autor hacia la obra que produce.

 

Simulación del bienestar

Antonio Miranda

Fraternal, 2019

 

Esta reseña fue la última que escribí para El Nuevo Día. Fue una experiencia sin igual cuyo final quedó demasiado abierto. 

El tiempo que sucede a la vez

Eddie Van Halen

Es una tarde de 1987; tal vez, 86, 88 u 89. No recuerdo la fecha muy bien. Escucho “Eruption”, el famoso solo de Edward Van Halen. Cerca del final de la muestra de virtuosismo en la guitarra eléctrica hay una serie de notas que visualizo como una cascada auditiva. Es un solo de guitarra, por tanto, nadie canta; sin embargo, algo en esa música me saca una lágrima. No creo que sea de tristeza, ya que no lo estoy en ese momento; es como si no lograra contener las emociones que la música me provoca. Es una erupción de emoción.

Tampoco recuerdo cómo fue que conocí su banda de rock, pero procedí a conseguir toda la discografía disponible en ese momento. Probablemente, comencé la colección con 1984 y de ahí el disco epónimo Van Halen, en el que se encuentra “Eruption”. Ahora que lo pienso, tal vez conseguí el segundo disco, Van Halen II, primero. Sé que, en poco tiempo, pude obtenerlos todos. Leía cuanta entrevista había disponible en las revistas, sea de música, sea de guitarra. Incluso, compraba las revistas que mostraban cómo tocar sus canciones…, a pesar de no tener guitarra, ni haber tocado una jamás. En la escuela superior, mis compañeros roqueros siempre tenían una banda y guitarrista preferidos: uno era fan de Stryper (¡Wepa, Miguel Ayala!), otro de Iron Maiden (¡Ey, Carlos Font!) y así por el estilo. Yo, por supuesto, era fanático de Eddie. Las discusiones juveniles acerca de quién era el mejor no faltaban, aunque era difícil argumentar qué guitarrista era mejor que Eddie porque el tipo era otra cosa.

Decía eso en ese entonces y, aunque es una visión juvenil y mal informada (en ese momento, ni guitarra tocaba) tenía algo de razón. Hoy día no lo digo yo; basta con leer los obituarios escritos por músicos desde que murió el maestro para darse cuenta de que Edward cambió la manera en que se toca el instrumento.

Luego de graduarme de escuela superior, mis gustos musicales fueron cambiando poco a poco. Además de interesarme en la música que había influido a Eddie, fui explorando la música de otros virtuosos. En cierta manera, comenzaba a darme cuenta de que la letra de las canciones de Van Halen realmente no estaban a la altura de la música de su guitarrista, al menos, para mi criterio.

Pronto moriría ese estilo de música y daría paso a bandas como Nirvana y Pearl Jam, cuya musicalidad y profundidad literaria me apelaban. Ya fuera del País, buscaría reconectar con los sonidos del Caribe y me lancé a explorar en la Salsa, pero esa es otra historia. La cuestión es que pasaron los años y, aunque siempre sentí admiración por la música de Eddie, dejó de interesarme. Ni escuché los últimos dos discos que lanzaron y cuando tocaron en el José Miguel Agrelot en 2004, no fui. Hacía años que ni pensaba en eso, hasta unos meses atrás, mientras navegaba en Twitter. Vi que el hijo de Eddie había publicado una foto de su padre tomándole otra foto a un fanático de otra banda. El muchacho le había pedido a Eddie que le tomara una foto, sin saber a quién se la pedía. Me pareció cómico y muy a tono con la personalidad del virtuoso, que siempre parecía mantener un aura de travesura juvenil. Miré las cuentas de ambos, pero no había mucho que ver. Me alegré de que parecía estar contento con su vida.

Unas horas atrás, ya tres días después de la muerte de Eddie, me puse a escuchar las viejas canciones que tanto me habían gustado cuando adolescente. Escuché “Eruption” otra vez y me transporté a ese momento en el siglo pasado con un taco en la garganta y sin poder contener las lágrimas. Como si en aquel momento adolescente hubiese sentido la tristeza que siento hoy de cuarentón al saber que el ídolo de entonces ya no está. Como si el tiempo sucediera todo a la vez, como dicen los filósofos.

Escrito: Techos descubiertos

Techos descubiertos

 

Sabíamos de memoria las horas de los boletines;

su entrada era inevitable.

El despido por las redes con promesas de vernos al otro lado,

chistes de salchichas y galletas,

el apagón, la calma, luego, el viento.

Un silbido entre agua y proyectiles,

casas inundadas, ríos desbordados,

techos descubiertos.

 

La calma al día siguiente en medio de la catástrofe,

el monte quemado, árboles encima de techos,

letreros arrancados y las hojas incrustadas en las paredes.

Sin señal, sin radio, sin noticias, sin electricidad, sin agua;

lo peor estaba por venir.

 

Escasez:

gasolina, comestibles, gas.

Ayuda del vecino y del prójimo,

filas, estantes vacíos, oportunidades de fotografías,

ayudas condicionadas

para el pana, para el familiar, para el amigo del alma,

contaminación ambiental y auditiva,

vecinos sin consideración,

desgobierno sin control.

 

En medio de ese caos,

de esa catástrofe,

comenzamos a darnos cuenta

de qué en realidad es Puerto Rico

sus líderes efectivos en los barrios y las parcelas,

sus traidores sentados en aire acondicionado,

entre selfies con presidente y políticos obesos.

Más de cuatro mil vidas nos costó

darnos cuenta de que, si no nos encargamos nosotros,

quienes duerman en Fortaleza tampoco lo harán.

 

Seguimos con el techo descubierto.

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